En estos días de ira alimentada por la justicia populista y las condenas sumarias en las redes sociales, es imposible no aceptar con simpatía y atención los pedidos de eximir a Ricardo Salgado del juicio por el caso BES. Nadie que tenga el más mínimo sentido de humanidad dejará de sentirse incómodo ante el sometimiento de una persona anciana, frágil y enferma al juicio del tribunal. Pero toda simpatía se desvanece cuando se consideran la importancia y el significado de este proceso. Tanto como el oscuro pasado de la persona, lo que está en juego es un doloroso fragmento de la historia reciente que no puede dejar de ser sometido al esclarecimiento de los hechos. En un Estado democrático regido por el Estado de derecho, sólo la justicia puede garantizarlo.
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