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Impunidad y racismo: cuando la autoridad se convierte en una amenaza

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Impunidad y racismo: cuando la autoridad se convierte en una amenaza


A principios de este mes, dos agentes de la policía municipal de Lisboa fueron declarados culpables de participar en una red de trata de personas. La investigación, que duró año y medio, reveló que la red explotaba a mujeres para la prostitución, “sometiéndolas a condiciones degradantes e inhumanas, obligándolas a trabajar de forma casi permanente, limitando su libertad y autodeterminación”. Es alarmante que los agentes, fuera del horario laboral, usaran uniformes para intimidar y coaccionar a las víctimas: mujeres inmigrantes, inicialmente atraídas con promesas de empleo como recepcionistas, pero que, al llegar a Portugal, se vieron atrapadas en un plan de explotación sexual, siendo obligados a trabajar casi las 24 horas del día.

Este caso no puede verse como un incidente aislado. Al contrario, reaviva la necesidad de reflexionar sobre el papel y la conducta de las fuerzas de seguridad en Portugal. Al revisar los casos de Cláudia Simões, Elson Sanches y los abusos cometidos en 2019 en el barrio de Jamaica, emerge un patrón preocupante de abuso de poder, mala conducta y discriminación racial dentro de la policía portuguesa.

La percepción de que la policía brasileña opera bajo un manto de impunidad se ve reforzada por la frecuencia con la que surgen denuncias de abusos que no reciben el debido seguimiento mediático o judicial. Estos son los casos que llegan al conocimiento público; ¿Cuántos otros permanecieron ocultos, silenciados o archivados?

Los hechos descritos no sólo denotan una falta grave por parte de las personas involucradas, sino que también exponen fallas estructurales en el sistema policial portugués. Estas fallas se reflejan en la forma en que las fuerzas de seguridad interactúan con las comunidades marginadas, especialmente los inmigrantes y las minorías raciales.

Las sucesivas visitas del Comité Europeo para la Prevención de la Tortura y los Tratos Inhumanos o Degradantes (CPT) a Portugal ya habían alertado de la recurrencia de malos tratos y discriminación racial por parte de las fuerzas de seguridad, sugiriendo acciones firmes e inmediatas para combatir los malos tratos. cometidos por agentes de las fuerzas de seguridad, que van más allá de medidas disciplinarias superficiales. ¿Cómo podemos depositar confianza en una institución que sigue asociada, recurrentemente, a conductas violatorias de los derechos humanos?

Es hora de desafiar la credibilidad ciega que le damos a la policía. Para muchos ciudadanos blancos, la presencia de un oficial uniformado puede crear una sensación de seguridad. Sin embargo, para alguien que pertenece a una minoría racial o étnica, la experiencia puede ser radicalmente opuesta, despertando miedo y desconfianza. Es necesario reevaluar la imagen tradicional de la policía como defensora de la ley y el orden a la luz de estos problemas estructurales. Es crucial cuestionar las dinámicas de poder que permiten la perpetuación de la violencia sistémica contra grupos vulnerables. La respuesta institucional ha sido insuficiente, y la IGAI ha sido criticada por su excesiva dependencia del AMI y su escasez de recursos.

La falta de redes de apoyo eficaces para inmigrantes y mujeres vulnerables agrava aún más el problema. La ausencia de una estructura de protección sólida para estas poblaciones facilita su explotación. Las organizaciones no gubernamentales, los centros de acogida y las redes de apoyo comunitario juegan un papel crucial en la defensa de los derechos de inmigrantes y mujeres, ofreciendo apoyo legal y emocional y un espacio de seguridad y confianza mutua. Sin embargo, éstas suelen ser insuficientes dada la magnitud del problema. El Estado tiene la responsabilidad de fortalecer estas redes, a través de políticas públicas que aseguren los recursos y la capacitación necesarios para que estas iniciativas puedan ser sostenidas y demostradas como efectivas.

Hoy, el organismo que fue creado por el Estado para protegernos de las amenazas externas se encuentra del lado de los perpetradores. La policía como institución avanza en dirección contraria a la que debería ser, constituyendo una amenaza a nuestros derechos. Transformar el sistema policial portugués requiere un enfoque multifacético. No basta con combatir casos (no tan) aislados de malas conductas internas, ni mejorar la formación. Es imperativo reexaminar la cultura que prevalece dentro de las fuerzas de seguridad, cuestionando las narrativas y creencias que guían las acciones de los agentes. La policía debe servir al público de manera justa y equitativa, protegiendo a todos los ciudadanos, independientemente de su origen o condición.



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